Marchitas se abaten las hojas hasta el mismo suelo, que las acoge resignado,
Acudiendo sumisas hasta él por cientos, para fenecer luego inertes,
Sabiéndose llegado su momento y ansiando desaparecer en silencio.

Otearon un tiempo desde su altiva posición el devenir ciudadano,
Trazaron hiperbólicas rutas para caer de facto sobre el parque, al que
Ornaron con su esbeltez y lozanía mientras tuvieron vida, en paseos y otras rutas;
aÑorando ahora aquellos días de espectacular luz, y voces cercanas de niños; para
Otear ahora sólo a ras de suelo y en precario, y esquivar algún inoportuno pisotón.

Parques, jardines, caminos arbolados y riberas pobladas de álamos,
Amanecen estos días con multitud de hojas secas en sus espacios;
Lanceadas sin piedad por el viento frío y mortal de necesidad que,
Entre las sombras de la noche, se coló a grandes ráfagas para actuar
Noctámbulo y sin ningún miramiento en su postrer campo de batalla.
Tomados de la mano y cruzando uno de estos parques de hojas muertas,
Intentamos María y yo absorber los colores y olores de su otoño en este
Nuevo anochecer que nos acoge, llenos de nostalgia, frente al parque que
Otrora, en los días de primavera, fuese todo un oasis para nuestros escarceos amorosos.

© J. Javier Terán