Pajarillo

Hay un parque en mi ciudad, con árboles muy, muy altos, de hojas semi perennes y de ramas muy abundantes que forman una especie de tupido bosquecillo en altura. Y en estos días de Otoño, cuando de mañana, a punto ya de amanecer, le atravieso camino del lugar de trabajo, os puedo asegurar que el griterío de los pájaros que entre sus ramas y hojas han pasado la noche es digno de escuchar por su espectacular sonido, aunque resulte un tanto machacón y hasta ensordecedor casi.

Aumentando de manera desorbitada el número de estas aves en estas fechas del Otoño, al acoger también a las bandadas de estorninos, decenas o cientos de estos individuos que al atardecer se les ve sobrevolar el lugar formando divertidas cabriolas sobre el cielo antes de retirarse a descansar.

Encontrándose toda esta pajarería, cuando paso por el lugar, ávida ya por querer salir de entre aquella arboleda a buscarse el sustento, a poco que el cielo comience a clarear y aparezcan en el horizonte las primeras luces del alba. Y así uno y otro día.

Pero uno de estos días pasados, de entre todos los pájaros, hubo uno que no pudo emprender su camino junto al resto, porque cayó al suelo por entre las ramas y hojas del altivo árbol junto al que yo transitaba en aquel momento. Era un lindo pajarillo de vistoso colorido.

Detuve mi camino y me acerqué hasta donde el animal se encontraba para intentar ayudarle. Al principio, se mostró un tanto esquivo y desconfiado abriendo sus alas para protegerse y caminando renqueante algunos metros, pero no me fue difícil alcanzarlo y tomarlo en mis manos.

Quería observar si a la vista aparecía alguna herida, tenía dañada alguna pata o alguna parte de sus alas; o qué podía pasarle para no haber podido emprender el camino con sus hermanos de bandada.

Recuerdo que me miraba tiernamente con sus ojillos parduzcos, que destacaban de entre su plumaje de variopintos colores; pero que intuí un tanto tristes y como buscando que yo pudiera hacer que él volviese a volar hasta las alturas para encontrarse con sus congéneres.

Tras observarlo con detenimiento, pude advertir que tenía una pequeña astilla de alguna de las ramas del árbol incrustada en una de sus alas. Rápidamente, se la quité con especial cuidado y le volví a mirar a los ojos. Estos habían cambiado de expresión y mostraban ahora una cierta alegría. Deduje que aquella astilla era el mal que le afligía al pobre pajarillo.

Al instante, elevé mis brazos todo lo alto que pude y lancé al pajarillo al vacío, que voló y voló hasta perderse en la distancia entre el azul del cielo. Eso sí, pude escucharle piar alegremente mientras se alejaba de mí. Era su regalo para mí por haberle salvado.

Y me fui muy alegre hacia el trabajo pensando en mi lindo pajarillo.

© J. Javier Terán.